domingo, 3 de abril de 2011

ABRIL 2003 – 2ª MARCHA POR LA PAZ – LA RIOJA

De nuevo decido emprender una 2ª Marcha. Hay un bello y mágico lugar en La Rioja que se llama Tobía, y más concretamente el hayedo de “El Rajao”, conocido por mí en anteriores excursiones y acampadas. De nuevo me volvía a enfundar el mono blanco, aunque creo que en realidad no me lo quité desde que fui a Galicia. Iba a emprender una nueva y maravillosa aventura. Para el día 4 de abril ya estaba en Logroño y desde allí cogí otro autobús hasta Tobía. Allí estuve acampado cuatro días, cargando mi espíritu de energía en comunión con el Universo y sintiéndome como parte de Él. “Y no busquéis en iglesias, catedrales, basílicas mezquitas, sinagogas.., lo que sencillamente podéis hallar en la Naturaleza, pues no hay un lugar mejor para hablar con Padre. Son en estos bellos y mágicos lugares donde se encuentra el elixir de la vida, éstos son los verdaderos templos y centros de energía. Allí te encontrarás ante ti mismo y el Universo. Fúndete como parte de Él, fluye vibrando al unísono. ¡Escucha a tu corazón y ten valor para hacerle caso. Ten fe verdadera!”

Una vez cargadas las pilas, y el espíritu, me pongo ruta rumbo a Nájera. Me dejaba llevar confiando plenamente en esa fuerza que me guiaba. Lo dicho, la marcha a Galicia me curtió en la batalla y cada día caminaba más suelto, hablaba mejor y llegaba más a los corazones. De nuevo me mezclé con las gentes y visité colegios llevando el Mensaje y mi luz allí donde yo estuviese. Pero pronto ocurriría una de las jugadas más alucinantes que me ha sucedido en toda esta historia; ¿casualidad?, ja, ja. Después de días de marcha, llego a Nájera. Al entrar en el pueblo, más bien ciudad, busqué un bar donde tomar algo calentito y asearme un poco. Y así pasaba delante de uno, de otro y otro, y ninguno captó mi atención; y anda que no hay bares en Nájera. De nuevo esa fuerza me guiaba, sin yo saberlo. Sencillamente me dejaba llevar. Ya casi me salía del casco urbano para dirigirme hacia un parque cuando, de repente, veo un mesón llamado “Duque Forte”. En la entrada, dos guerreros esculpidos en hierro custodiaban el lugar. Fue instantánea la atracción y, sin pensarlo, me dirigí hacia la entrada (¡Oh, Padre!, recordar este momento conmueve mi corazón). Jo, allí estaba Manolo, mi “Hermano Lobo”. No lo puedo remediar y lloro de emoción al recordar cómo, por arte de magia, allí estábamos los dos, frente a frente, estrechando nuestras manos, forjando y sellando, aún sin saberlo, una hermandad tan inquebrantable y leal, como nunca se vio. Ese gran momento fue bendecido por el Universo. Con el tiempo comprendí que la jugada fue maestra, ja, ja. Como Manolo es tan auténtico y solidario, nada más verme, y con las pintas que llevaba, se interesó por mi historia. Fue muy fácil nuestra conexión. Qué curioso que nuestras aficiones y grandes pasiones fueran las mismas: la música, los fósiles y los minerales. Por descontado que nuestros sueños y anhelos también eran los mismos. Fue como si dos piezas de un puzzle se unieran encajando a la perfección. Estuvimos juntos hasta que cerró el bar y yo esa noche dormiría en un parque cercano al bar. Monté la tienda de campaña, Manolo me deseó suerte y yo le agradecí de corazón su apoyo y ayuda.

A la mañana siguiente me vi rodeado por multitud de puestos, ya que era día de mercado, ja, ja.  Una constante en mis peregrinaciones o marchas era que, cuando la gente me veía con aquella pinta, la mayoría alucinaba. Bien sé que muchos me han tomado por loco y demás, cosa que nunca me importó. Yo sólo escuchaba mi corazón, y mi corazón a Padre. Y quizás todos los que me tacharon de loco no se hayan parado a pensar que “en un mundo de locos, igual los más locos somos los más cuerdos”. Pero sobre todo hacía amigos. Era cuestión de entablar un poco de conversación y todas la barreras caían a mi paso, provocando un acercamiento más humano. A la mayoría de las personas les cambiaba la primera impresión que se habían hecho de mí en cuanto me empezaban a conocer.

Y así, paso a paso, aventura tras aventura, seguía avanzando con paso firme y lleno de ilusión por tierras riojanas. Llegué a Logroño y visité el Instituto Sagasta. Allí hice un buen trabajo y conocí buenos guerreros. Fueron ellos los que me animaron a acercarme hacia la Rioja Baja, y más concretamente a Arnedo. Allí se había movido mucha gente con el tema del Prestige y, en esos momentos, aún seguían muchos de ellos trabajando como voluntarios. “Pues ese es mi lugar”, me dije. Y hacia allí me dirigí. En todo esto, de vez en cuando, me acercaba a los ciber-cafés para contactar por mail con Javi y ponerle al día sobre mi marcha. También seguía en contacto con Jesús y sus SMS de ánimo me llenaban de energía.

Al llegar a Arnedo busqué un parque, o algún lugar rodeado de naturaleza, y allí monté mi campamento. Después de un par de días haciendo labor por allí, decido seguir ruta. Me han comentado que no muy lejos, en dirección a Cornago, hay un pueblo abandonado llamado Turruncún y es buena zona para acampar. Hacia allí voy y, al llegar, compruebo que es un lugar especial. Llegaba la luna llena y me pareció ideal celebrarla allí. El quedarme un par de días para esperar la lunita permitió que pudiese conocer a unos buenos guerreros de Quel y Autol, dos pueblos cercanos a Arnedo. Hicimos buena amistad y me dijeron que contase con ellos para lo que hiciese falta. Les dije que seguiría ruta hacia Cornago y les agradecí de corazón su solidaridad.

Dura ruta hasta Cornago, pero encontré mucha magia en el camino. Entre tanto, hablaba y hablaba a todo aquel que se cruzara conmigo. También me comentaron que en dirección a San Pedro Manrique, ya en Soria, caminando por el monte había muchos pueblos abandonados, cosa que me atrajo. Así llegué a Armejún y allí conocí a Wim, un chico belga que había dejado todo y se había ido a vivir allí; un lugar perdido del mundo donde reinaba la paz y la armonía. Se respiraba naturaleza y libertad. Me encantó la idea de poder vivir así algún día. Wim me comentó que por esas tierras había muchos pueblos abandonados. Fue muy hospitalario y allí pasé unos días hasta que, de repente, recibo una llamada de una cadena de televisión de Logroño porque querían entrevistarme. Yo les conté por dónde andaba y que tardaría en llegar a Logroño. Me insistieron en que no había mucho tiempo y quedé en llamarles. “Estaría bien salir en la tele”, me dije, “pero cómo llegar...”. En eso, la Providencia volvió a obrar en mi favor. Me acordé de los amigos de Quel y sin dudarlo les llamé. De nuevo el Universo movía hilos haciendo otra de sus jugadas. “En un par de horas vamos a buscarte, amigo”, me dijeron. “¡Sí, todo marcha, podré llegar a tiempo a Logroño!”. Volví a mirar hacia el cielo y di gracias por ello, HOKAHEY.

Lo dicho, en cuestión de nada ya estaba en Quel, con estos nuevos amigos. Me acogieron en una nave donde ellos se reunían a la que llamaban el “Cuarto Verde”. Después de estar un par de días allí fui a Logroño para la entrevista. Fue en directo, todo genial. Era el toque final a la Marcha por La Rioja. Esa noche el teléfono echaba humo; montones de mensajes llegaban. Muchas personas lo habían flipao al verme por la tele. Les había encantado la entrevista y la semilla empezó a germinar en muchos corazones. También aproveché para hacer labor en la Universidad de la mano de una de las amigas de Quel. Volví por Nájera para despedirme de Manolo, pero no pude estar con él. Aunque sí conocí a Marisa, su compañera; una guerrera de cuidado, ja, ja, y, por supuesto, gran amiga. Volví a hacer noche en Nájera, pero esa vez acampé en el monte y medité profundamente sobre todo lo que había vivido durante aquella etapa en La Rioja. Mientras, un eco resonaba en mis oídos: “Confía en tus sueños, confía en tus sueños. Ten fe y lucha por lo que crees.”, susurraba el viento.

Así di por terminada esta 2ª Marcha por la Paz y volví a Madrid. En unos días tocaba viajar a Salamanca. Una amiga de la Universidad me había dicho que allí tendría buen tajo y había muchos jóvenes. Aunque antes, me tomaría un breve y reconfortante descanso en Madrid, pero ya en casa de Javi. Era mejor dejar tranquila a Isabel con mis idas y vueltas, teniendo ya asumida nuestra separación. Teníamos que distanciarnos y dejar que el paso del tiempo curase las heridas.

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