Después de llevar una semana en Trambosríos todavía no me había adentrado
en el propio Valle del Urbión. Cosa curiosa, ya que lo normal hubiese sido visitarlo
al principio. Mi única información sobre este lugar era que se trataba de un
largo valle deshabitado, más de 15 kilómetros, en cuya cabecera se asentaba la
Laguna de Urbión, donde nacía el río, y culminado por el Pico Urbión, con más
de 2200 metros de altitud. Todo iba fluyendo según "el plan". ¡Así
es! Y justo el sábado de esa semana, que además era luna llena, decido
adentrarme en el valle, y por la noche, a la luz de la lunita y las estrellas.
De nuevo os propongo la gran pregunta: ¿casualidad o causalidad?, ja, ja. Yo,
desde luego, bien sé que fue otra de la "jugadas del Universo" y
apuesto por ello.
Después de
cenar y tomar un cafecito comienzo a caminar con el Río Urbión a mi vera. Nada
más empezar noto muy buenas vibraciones y según me adentro descubro la belleza
del lugar. Tilos, robles, encinas, fresnos, brezos, retamas, refulgen bajo el
brillo de la luna. Hace muy buena temperatura y hoy no llovió, por 10 que el
paseo se hace especialmente agradable. En ningún momento me planteo que por ahí
pueda estar ese anhelado Paraíso que busco; sencillamente disfruto del momento.
Realmente me va enamorando el lugar. El hecho de haber elegido hacer el paseo
por la noche y haber dejado pasar una semana desde que llegué aquí ha merecido
la pena.
Después de un
rato de marcha llego a una hermosa cascada que se descuelga entre unas enormes
rocas. "Muy bonito, me encanta este valle", pensé. Bebí agua y
descansé un rato admirando la noche: "Paz, armonía y libertad",
susurraba de nuevo el viento. Inhalo su aliento y doy gracias a Padre por
haberme traído aquí. Reanudo la marcha y enseguida llego a una zona en que el
valle se ensancha y en la que encuentro una ermita. "Jo, ¿estoy en el
cielo?", me preguntaba. ¡Sublime, celestial, un momento Inolvidable! "Qué
la calma se extienda y que tu brillo, lunita, dance por siempre en mi
camino", la dije. Y, como testigos, las estrellas sonrieron. Padre y yo
hablábamos de nuevo y bendije el momento y ese Sagrado Lugar.
Después de unos instantes mágicos y con el corazón rebosante de felicidad
me acerqué hasta la ermita.
"Parece abandonada", me dije. Así parecía
ser, ya que estaba invadida por las zarzas.
Tenía una valla que la rodeaba y que estaba rota por
muchos sitios. Entré en el recinto vallado en el que había dos largas mesas
medio rotas y tres acacias en lo que podía denominarse el jardín.
Al acercarme a la puerta de la ermita observé que
abierta. ¡Vaya sorpresa! Entré y vi la imagen de un Santo en el (después me
dirían que se trataba de San Millán, un ermitaño-eremita que vivió mucho tiempo
en soledad). Por lo demás, mucha suciedad y grafittis por el exterior... En
fin, eso me dio a entender que no se mucha gente por allí.
"¡Sin lugar a duda, éste es el lugar. Por fin encontrado el Paraíso.
Síííí!". Me dio un subidón y me puse supercontento. ¡Auuuuu, Buena luna,
Valle Urbión! y así me enamoré de ese maravilloso lugar.
"Desde aquí podré seguir "la labor" y aquí ningún
"bussineS podrá impedir que lo haga. Al
"acomodatus-homocodiciosu$" no le bien venir a colonizar un sitio tan
apartado. A partir de hoy este quedará protegido por el Universo y por mí"
Después de tan gratificante descubrimiento inicié el regreso hasta
Trambosríos eufórico, vital, energizado, convencido, feliz, con más fe, con más
fuerza, con la vibración al máximo nivel. Vamos, que el camino de vuelta lo
hice levitando de alegría, ja, ja. Una vez en el refugio oré con mi alma y me
acosté.
"Duerme en Paz, hijo", susurraba el viento mientras yo caía
dormido. "Dulces sueños, dulce luna; la primera".
Al día
siguiente, domingo, volví a hacer el recorrido, pero con la luz del sol. De
nuevo pude degustar lo verdaderamente maravilloso del lugar.
La primavera y
las últimas lluvias habían dejado un toque especialmente bello. Los pajarillos,
con sus cánticos, las mariposas, con sus colores, y hasta el vuelo de águila en
el cielo hacían de este valle un verdadero Paraíso. "¡Vida!", grité
con fuerza. Y así llegue hasta la ermita y planté unos ajos y unas patatas.
"Esperadme,
pequeñas, que pronto volveré a cuidaros", les dije a las futuras
plantitas. En eso que apareció un ser muy curioso, un montañero llamado Paco
Daudén que vivía en Madrid. Hacía 20 años que no había venido por aquí y había
elegido justo ese día, ja, ja. Según escribo estas palabras vuelvo a sonreír,
porque son tantas las señales que me ha enviado el Universo que hubiese sido
una pena no verlas.